Para el D’A, el año 2014, entre otras muchas cosas, significó la aparición fulgurante de un ciclo que se llamó “Un impulso colectivo” y quiso ofrecer una panorámica de cuál era el estado de salud de un cierto cine del Estado español. Un cine joven, un cine nuevo, un cine “otro”, un cine que sigue ahí. Y por eso, porque ahí sigue, el festival no ha querido este año organizar la segunda parte de aquel impulso, sino abordar esas películas, que continúan apareciendo y triunfando en otros eventos y circuitos alternativos, con absoluta normalidad. En otras palabras, nuestra edición de 2015 quiere dejar claro que ya no se trata tanto de un impulso como de una tendencia consolidada. Y de que todo ello ha de encontrar cobijo en las secciones habituales, este año enriquecidas, como es bien conocido, con una más llamada “Transiciones”.

Pues bien, entre “Direcciones”, “Talentos” y “Transiciones”, ese cine se va asentando, va hallando una cierta estabilidad, sigue ramificándose hasta alcanzar la espléndida madurez que ya ostenta como conjunto, como representación creativa de todo un estado de cosas que están ocurriendo aquí y ahora. En Cataluña, en Madrid, en Galicia, en Valencia, en tantos y tantos lugares que tenemos cerca, muy cerca, y que el D’A se ha propuesto escudriñar con mirada atenta e intención sibarita. Queremos decir: estamos proponiendo una buena parte de lo mejor o, por lo menos, lo que nosotros consideramos lo mejor que de ese cine se ha visto esta temporada, con algunos descubrimientos propios, y también algunas asociaciones entre películas y cineastas que dan una visión renovada de lo que está significando ese fenómeno. Hasta el punto de que, para que se vea que no es únicamente una explosión de talento local, se ha querido ampliar su influencia hasta el ámbito internacional a través del ciclo “Futuro(s) (im)posibles”, otra de las grandes apuestas transversales de esta edición del D’A, donde las películas de aquí se ponen hombro con hombro con otras imágenes firmadas por el británico Jonathan Glazer, la francesa Christelle Lheureux o la uruguaya Carolina Campo. Porque lo que está pasando en todo el Estado ya ha alcanzado el derecho, si es que no lo tuvo desde el inicio, de codearse con todos esos nombres.

Todo tiene un sentido, pues. Todo es una red de correspondencias. Un jardín de senderos que se bifurcan, pero también que se cruzan unos con otros. Habrá, entonces, muestras de ciencia ficción realista (o esperpéntica, como se prefiera) al estilo de Crumbs, de Miguel Llansó, o Sueñan los androides, de Ion de Sosa, o El arca de Noé, de Adán Aliaga y David Valero. Habrá igualmente trabajos más inscritos en la tradición de un cierto cine intimista, callado, secreto, como ese experimento parateatral que es Antígona despierta, de Lupe Pérez García, o ese enfrentamiento con una cierta literatura de vanguardia que significa El complejo del dinero, de Juan Rodrigáñez, o ese cuento fantástico con forma de documental que construye Pas à Genève, del colectivo lacasinegra, o esa hermosa reflexión sobre las vidas que se apagan que supone No todo es vigilia, de Hermes Paralluelo, para que se vea que el cine “joven” también habla de otras culturas, de otras generaciones, de otras realidades. Y habrá historias más cotidianas, en clave realista o absurda o cómica o melancólica, que irán desde la tragicomedia del año, Las altas presiones, de Ángel Santos, hasta parábolas existencialistas y taciturnas como El camí més llarg per tornar a casa, de Sergi Pérez, o farsas feroces que no lo parecen, como La señora Brackets, la niñera, el nieto bastardo y Emma Suárez, de Sergio Candel, pasando por el manifiesto generacional que no puede faltar en ningún “nuevo cine”, como es Les amigues de l’Àgata, dirigida a ocho manos por Laia Alabart, Alba Cros, Laura Rius y Marta Verheyen. Finalmente, habrá también humor, mucho humor, pero humor extraño, incómodo, quizá eso que llaman “post-humor”, representado por objetos tan poco identificables como Taller Capuchoc, de Carlo Padial, o Searching for Meritxell, de Burnin’ Percebes. Todas ellas son, o bien apuestas del D’A para este año, o bien propuestas asumidas y avaladas por otros festivales tan prestigiosos como Berlín, Rotterdam, San Sebastián, Sitges, Sevilla…

El paisaje resultante no se sabe si es completo, pero en cualquier caso resulta absolutamente representativo. Y de ello, de los lazos y nexos que unen a estas películas, de lo que significan sus responsables en el nuevo panorama, y sobre todo del hecho de que no se trata de intentos aislados, sino de propuestas tan personales como coherentes con lo que está sucediendo en el cine contemporáneo, se hablará en los coloquios, talleres y presentaciones que acompañarán a todas estas proyecciones durante los días del festival. Para que quede claro que aquel impulso, que presentamos el año pasado modesta y tímidamente, se ha convertido en un empujón en toda regla, una marea que nos arrastra a lugares desconocidos, pero apasionantes.

Carlos Losilla