¿Quién nos iba a decir que esta pandemia vendría a ser la confirmación de algo que ya intuíamos? ¿Cómo íbamos a saber que las películas que estábamos seleccionando para Un Impulso Colectivo representaban una especie de anuncio de lo que estaba por venir? Cuando en el D’A nos decidimos a programar Actos de primavera o La educación sentimental no teníamos ni idea de que sus tramas íntimas, su condición de pequeños diarios privados, nos podrían ser de tanta utilidad, de tanto consuelo frente al cierre de los cines o frente a la imposibilidad de hacer el festival que queríamos. Por lo menos, tanto esas películas como My Mexican Bretzel o Video Blues, igualmente replegadas sobre la vida familiar y los universos privados, nos dicen que el cine sigue, aunque sea en otros lugares, y que además continúa también explorando nuevos lenguajes. También en forma de ficciones desbordantes, apasionantes, divertidas o intrigantes, como As mortes, La reina de los lagartos o Violeta no coge el ascensor.

El joven cine español, pues, el que hace unos años gritaba y se rebelaba contra todo, ha entrado en una fase de resistencia melancólica, como ya vimos el año pasado, que en esta edición alcanza una gran fuerza formal, una imparable energía. En los cortos, además, eso se mezcla con un grito ahogado, con la descripción de un impasse político que afecta a las relaciones emocionales, al día a día que vivíamos y que ahora habrá que replantear. Es como si La nuit d’avant o Una película hecha de, Os prexuizos da auga o Pol·len, entre otros, mostraran la resaca de todas las revoluciones que no han podido ser durante estos años, pero lo hicieran pensando en un futuro en el que todo volverá a ser posible. El estreno mundial de Girant per Sant Antoni, que da cuenta con coraje del estado de las cosas a partir de un mercado barcelonés —junto con cortos tan combativos como Greata (Nàusea) o 16 de decembro—, confirma por su parte que todo está por hacer. Y que el cine deberá desempeñar un papel fundamental en esa reconstrucción. Sea como sea y a toda costa.

Carlos Losilla