Alcarràs inaugura un D’A Film Festival Barcelona que es, también, una fastuosa vuelta a las salas, a las imágenes proyectadas y a los patios de butacas llenos y a oscuras, abrigados por el calor de diez mil lúmenes y, como un anhelo inconsciente, por decenas de relatos estivales que evocan noches de manga corta, días en remojo y pieles descubiertas. La película de Carla Simón nos transporta al verano de una familia de campesinos del campo leridano; a un momento decisivo donde un estilo de vida parece estar a punto de desaparecer. Como este, descubrimos entre las propuestas del D’A una variedad de veranos —proporcional a la de estilos y escenarios— que quizás nos ayudarán a decidir un destino de vacaciones… O a descartarlo.
El verano portugués de Diários de Otsoga —“agosto” al revés—, de Maureen Fazendeiro y Miguel Gomes, es la cara B de una película que no existe; el making of más elegante y heterodoxo del mundo; una obra llena de sensualidad, arrebatos festivos y oasis pandémicos. Un viaje de vocación campestre, ideal para ir solo o en pareja.
El verano veneciano de Atlantide es un trip de testosterona y psicodelia, la adrenalina de navegar en lancha a cuarenta nudos y la posterior languidez de un cigarrillo de índica a la luz de los neones. Para una escapada donde los placeres culpables son más placeres y menos culpables.
El verano ampurdanés de Aftersun es una fábula misteriosa y juguetona donde niños y niñas son detectives, los campings, oficinas de investigación, y las playas de la Costa Brava —estampas de hinchables y crema—, posibles escenarios del crimen. El plan perfecto para amantes del pop art mediterráneo y detractores de los true crime truculentos.
El verano mexicano de Sundown es un descenso a los infiernos entre piñas coladas y aceites de masaje, una pesadilla de siete cifras en la cuenta corriente conducido por Tim Roth y Charlotte Gainsbourg. Unas vacaciones para voyeurs de la histeria ajena y fans de aquella máxima que reza “los ricos también lloran” o para aquellos que aman los giros inesperados —no siempre para bien— en sus vacaciones.
El verano sueco de La isla de Bergman es una feliz liturgia cinéfila dirigida por la Hansen-Løve menos grave, que no menos trascendente, donde de nuevo Tim Roth, junto con Vicky Krieps, Mia Wasikowska, Anders Danielsen Lie… ¡y Jordi Costa!, pasean por Fårö y combaten crisis existenciales diversas. La cita definitiva para melómanos desenfadados.
El verano corso de I comete: A Corsican Summer es un viaje hiperrealista al interior del Mediterráneo, de una isla y de un pueblo, donde todo el mundo tiene su momento de dolor y gloria. Una obra coral donde horteras en quad y otros cuadros horteras —y también bellísimos— se funden en una adorable amalgama de personajes. Un periplo de cariz lúdico y espíritu antropológico.
Y si ninguno de estos destinos te convence, ¡todavía hay más! El verano de Time of Impatience, en Turquía; el de La quimera de Yemayá, en Waikiki; el de Ma nuit, en París, o el de Les filles du feu, en la costa francesa… ¡Felices vacaciones!
-Tariq Porter