Si Disney ha descubierto Colombia a través de la familia Madrigal, Apichatpong Weerasethakul ha hecho lo propio de la mano de una Tilda Swinton hispanoparlante en la magnífica Memoria, que también viene cargada de realismo mágico. Más Bowie que nunca, Swinton es una mujer que parece caída del cielo, y que atraviesa el país centroamericano en busca de un misterioso sonido que le ha quitado definitivamente el sueño. Ni con Xanax® de 0,5 mg consigue pegar ojo. La impresión que deja Memoria, una película, claro está que inolvidable, es que por fin nos han traducido la criptopoesía del tailandés, al que admiramos desde la incomprensible Mysterious Object at Noon (2000). Ahora lo entendemos a medias, pero nos fascina tanto como cuando no comprendíamos nada. Que nos haya revelado parcialmente sus misterios no le quita ni un ápice de encanto.
Y Memoria rima con El gran movimiento, del boliviano Kiro Russo, una de las sensaciones de la temporada. En La Paz, lo cotidiano se confunde con lo esotérico. La gente baila, de repente. Un extraño mal los consume. Hay un chamán medio charlatán, que baja de la montaña para zambullirse en el bullicio infra-urbano. Como en Memoria, la inmersión en este extraño mundo es toda una experiencia sensorial. No menos mágica, mística y misteriosa, todavía más atmosférica, es Clara Sola, de la costarricense Nathalie Álvarez Mesén, otra película que se resiste a ser reducida a una mera sinopsis. Y la no menos joven directora argentina Sol Berruezo Pichón-Rivière, revelada el año pasado con Mamá, mamá, mamá en este mismo festival, sorprende esta vez con Nuestros días más felices, donde la gente también baila sin venir a cuento, a partir de una premisa no menos mágica: una mujer ya mayor se transforma en una niña pequeña, para asombro de los suyos. Otra Madrigal.
Del México de los ya muy consagrados Rodrigo Plá y Michel Franco, que este año se presentan con El otro Tom y Sundown, respectivamente, a la distopía peruana de Tiempos futuros, que habla de una máquina creada para traer la lluvia, el D’A ofrece un recorrido por los mágicos territorios latinoamericanos, unas cinematografías sobre las que todavía no se habla lo suficiente. A pesar de que lo latino, otrora periférico, ha conquistado el corazón del mainstream, y se ha convertido en un elemento central de la cultura global, parece que los nuevos creadores del cine latinoamericano continúan escondidos, como ese Bruno del que nadie puede hablar, emparedado entre los muros de la casa familiar. Y aquí tenemos una ocasión inmejorable para descubrirlos.
-Philipp Engel