Anna Petrus
Hace ya unos cuantos años que la producción cinematográfica catalana espolea con convicción al nuevo talento local. Y lo hace tanto desde la pasión por las formas de un cine radical que hemos tendido a identificar con los márgenes, como desde la necesidad de un cine de vocación más amplia, en especial desde el punto de vista narrativo. La apuesta por la autoría catalana del Festival Internacional de Cinema d’Autor de Barcelona reune producciones del último año que dan cuenta de esta realidad. Un abanico de películas que demuestran que el cine catalán ya no transita por el único sendero de la resistencia, sino también por otros caminos renovados.
El cine naturalista que Judith Colell ha cultivado en la última década está presente a través de Radiacions, un film minimalista que disecciona las fisuras que la ambición de poder traba en la amistad explorando, como ya hizo en 53 días de invierno, los rostros de sus actores. El cine personal y pictórico de Albert Serra está presente con El senyor ha fet en mi meravelles, filme irreverente donde el cineasta graba el rodaje de una película inexistente trasladando su equipo a La Mancha, donde nunca llegó a filmar su versión del Quijote. Y entre la vocación narrativa de Colell y la vocación museística de Serra encontramos Open24h, tercer film de Carles Torras con que el cineasta hace un giro de ciento ochenta grados hacia un cine personal y de corte preciosista que busca su valor en el tratamiento de la luz y una temporalidad templada. Y como colofón, el D’A apuesta por dos óperas primas, Orson West de Fran Ruvira, un film-ensayo heredero del espíritu indagador de Joaquim Jordà y de la exaltación documental barcelonesa que rastrea en la leyenda del paso de Orson Welles por tierras valencianas, y Puzzled Love, un film fresco, jovial, a veces descarado, dirigido por trece nuevos cineastas formados en la ESCAC y que se expresan con un entusiasmo que denota que ya hace tiempo que el cine catalán se escribe ininterrumpidamente en presente.